Por Soledad Ramírez, gerente de Sostenibilidad de Banco Santander.
En Chile hablamos poco de dinero. Es un tema que incomoda, incluso tabú. En familia rara vez se conversa de cuánto gana cada uno, cómo se organiza el presupuesto o qué hacer cuando llega una deuda que aprieta. En los colegios, la educación financiera se aborda solo desde la educación media y como un agregado dentro de otras asignaturas. Así, no nos queda más remedio que aprender sobre la marcha, con prueba y error, y esperando que esas equivocaciones no nos terminen costando caro.
La salud financiera debería importar tanto como la salud física o mental. No se trata solo de números en una planilla, sino de algo mucho más básico: tranquilidad. La tranquilidad ayuda a afrontar emergencias o armar un proyecto sin miedo a que se desarme con el primer imprevisto y así cumplir con nuestras obligaciones a tiempo.
Lo anterior contrasta con los datos duros. Un estudio reciente de la Pontificia Universidad Católica de Chile mostró que el nivel de conocimiento financiero en el país promedia apenas 1,6 en una escala de 0 a 5. Solo una de cada cinco personas entiende bien qué es una tasa de interés y aunque casi todos usamos tarjetas, créditos o cuentas, eso no significa que sepamos manejarlos adecuadamente.
Detrás de los números hay historias reales: hogares sobreendeudados, familias que no logran ahorrar, proyectos que se quedan en el camino y, en casos más graves, necesidades básicas no cubiertas. Esto no es solo un problema individual: si muchos no logran ordenar sus finanzas, la economía completa se resiente.
Por eso, referirnos a salud financiera es también hablar de desarrollo sostenible. La Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) nos recuerdan que la inclusión financiera y la educación son claves para erradicar la pobreza (ODS 1), promover una educación de calidad para la vida (ODS 4), impulsar el trabajo decente y el crecimiento económico (ODS 8) y, también, reducir las desigualdades (ODS 10). Sin una ciudadanía financieramente empoderada, estos objetivos quedan incompletos.
Octubre, declarado como el mes de la educación financiera, es una oportunidad para visibilizar esta necesidad. Es un momento que nos invita a reflexionar sobre cómo estamos administrando nuestros recursos, qué estamos enseñando a las nuevas generaciones y cómo podemos generar un cambio cultural que normalice hablar de dinero sin miedo. Como banco y miembros de Pacto Global tenemos un rol clave: acompañar, educar y ofrecer soluciones que ayuden a usar el dinero con responsabilidad.
La salud financiera no debiese ser un lujo. Es una base para vivir con dignidad y para avanzar hacia un Chile más justo e inclusivo. Hablar de dinero sin miedo puede ser ese primer paso para dejar de verlo como un problema y empezar a considerarlo como lo que realmente es: una oportunidad para vivir tranquilos, prosperar y construir un futuro sostenible para todos.