Construir con las comunidades, no para ellas

julio 25, 2025

Por Javiera Cardemil, Jefa de Comunicaciones e impacto social de Empresas Iansa.

En tiempos donde las palabras “impacto” y “sostenibilidad” tienden a saturar los discursos, es necesario volver a lo esencial: generar valor compartido. Este concepto, que trasciende la filantropía y las buenas intenciones, implica crear beneficios que sean significativos tanto para las organizaciones como para las comunidades. No se trata solo de hacer el bien, sino de hacerlo juntos, desde la escucha, el respeto y la colaboración.

Construir vínculos genuinos con las comunidades es una tarea que exige más que presencia territorial o campañas puntuales. Requiere tiempo, coherencia y sobre todo una disposición real a escuchar. Escuchar de verdad. No para responder rápido o validar decisiones ya tomadas, sino para comprender lo que a veces no se dice, lo que duele, lo que moviliza, lo que entusiasma. Esa escucha activa, cuando es auténtica, abre puertas inesperadas. Las personas se sienten parte, no receptoras. Participan, no solo opinan. Su generosidad, que muchas veces permanece contenida, se activa cuando sienten que su voz tiene un lugar y un efecto.

Esa apertura crea el terreno fértil para que el valor compartido se traduzca en acciones duraderas. Porque cuando las comunidades ven que los proyectos responden a necesidades reales y se construyen con ellas, no sobre ellas, se produce algo poderoso: se genera confianza. Y la confianza, en este ámbito, vale mucho.

Pero ningún actor puede hacerlo solo. La articulación con otras entidades -otras empresas, organizaciones sociales, universidades o el Estado- no solo amplía el alcance, sino que mejora la calidad del impacto. Cada sector tiene saberes, redes y herramientas distintas. La colaboración intersectorial permite abordar los desafíos comunitarios de manera más integral, combinando mirada estratégica con conocimiento local, tecnología con cercanía, planificación con empatía.

Hay un punto donde todos ganan: las comunidades fortalecen sus capacidades, las organizaciones encuentran sentido en su propósito, y el entorno se convierte en un espacio más resiliente, innovador y vivo. Ese punto no se alcanza con discursos ni con métricas, sino con relaciones. Relaciones que se sostienen en el tiempo y que evolucionan junto con los territorios.

Hablar de sostenibilidad sin hablar de las comunidades es quedarse a medio camino. El desafío está en construir relaciones significativas que den lugar a proyectos donde el éxito no se mida solo en indicadores financieros o de impacto social, sino en el valor que se crea de manera compartida. Ese es, finalmente, el camino que permite transformar la sostenibilidad en una práctica viva.

To top